El problema del mal no demuestra la inexistencia de Dios. por Alejandro Sanvisens Herreros
1. Si Dios existiera, impediría el mal. 2. Existe mal en el mundo. 3. Luego, Dios no existe. Esta «prueba» parece especialmente convincente cuando el mal se concreta en forma de niños inocentes que sufren duros tormentos, o de catástrofes imponentes que torturan a miles de personas, ... y es aplastante cuando el mal afecta directamente a uno mismo o, sobre todo, a personas muy queridas y se hace irreversible o irreparable porque acaba con la muerte. No pretendo escandalizar a nadie diciendo que la primera premisa de esta «prueba» es falsa. En efecto: Dios permite el mal. Así pues, la «prueba» contra su existencia desaparece. El problema es que algunos desconfían y se irritan porque no quieren creer en un Dios que permita el mal. Un Dios así, dicen, ha de ser por fuerza malvado o impotente; no puede ser bueno y omnipotente. Razonan así: «Si fuera bueno no querría el mal, y si fuera omnipotente, impediría el mal». Si Dios no quiere el mal, entonces ¿por qué permite que exista? La respuesta es simple, aunque enigmática: Dios impide muchos males, pero no todos. No impide aquéllos cuya eliminación suponga la destrucción de la libertad humana, y aquéllos cuyo desarrollo evite males mayores, o produzca bienes importantes. ¿Y qué bien importante puede proceder de la muerte de alguien? Si se cree que la muerte termina con todo, entonces, evidentemente no puede esperarse en ningún bien después de la muerte, pero si se cree en una vida eterna tras la muerte física, entonces pueden esperarse todo tipo de bienes y una total compensación por parte de la justicia de Dios. Gran parte del mal puede ser considerado como un medicamento amargo para la Humanidad: un medicamento que a veces deben tomar unos para provecho de otros, como cuando en un organismo, ciertas células se sacrifican en beneficio del conjunto. El sufrimiento produce desarraigo, y no hay mal mayor que el arraigo a las cosas del mundo cuando ello comporta un alejamiento de Dios. El sufrimiento es la otra cara de la moneda del amor de Dios. La moneda es demasiado valiosa para despreciar el sufrimiento. Los escépticos consideran que el sufrimiento es absolutamente inútil. ¿De verdad lo es? Permita el lector que le recuerde aquella cruel caída de la bicicleta que le tuvo inmovilizado durante días y que tuvo lugar en su infancia. Sus entonces omnipotentes padres hubieran podido evitar aquel golpe porque lo presentían, dándole una bici más pequeña, o impidiéndole ensanchar su espacio de pruebas, o yendo detrás suyo, pero no lo hicieron porque esperaban un bien mayor asumiendo aquel riesgo: querían que su hijo adquiriera mayor destreza, menor dependencia, mayor prudencia. Ciertamente un golpe te hace pensar en disminuir la velocidad la próxima vez. El padre no perdona las molestias (y el dolor) de la vacunación en sus hijos. Los médicos ya no recomiendan las «chichoneras», que sin duda evitaban muchos «chichones» a los niños. Supongo que el lector sabe por qué. No hay nada peor en el mundo que un niño mimado o consentido; es decir, que un niño al que se ha evitado todo dolor o frustración. El dolor, no sólo es preventivo, sino que también es curativo. El niño malcriado al que hemos aludido sólo conseguirá dejar de ser el centro de la existencia a través del dolor, la frustración y el desengaño. El drogadicto sólo puede alejarse de su dependencia por medio de cierto sufrimiento. La única forma de conseguir cierta independencia y libertad interior consiste en experimentar el sufrimiento de la soledad, la separación, la añoranza... Sólo los que se exponen al ridículo, al desprestigio o a la crítica consiguen superar el miedo o la timidez desde su infancia. Y la única forma de vencer la timidez sigue siendo exponiéndose al ridículo, al desprestigio o a la crítica. De mayores estos males son más lacerantes y más temibles, y por eso son muy pocos los tímidos que salen de su estado. Esas cosas son bien conocidas. Lo que ya no se conoce tanto son los efectos trascendentales del dolor y del sufrimiento. Si hay unas leyes que rigen los campos físicos (eléctrico, gravitatorio, etc.), ¿por qué no puede haber también leyes para los campos psíquicos? Si hay una resonancia física, ¿no puede haber una resonancia psíquica? ¿Nadie ha experimentado un estado de euforia compartida con un hermano o con un amigo? ¿No se contagia la risa? ¿No se contagia el llanto? ¿Nadie recuerda aquella amistad perdida por culpa de cierta pereza, desidia o falta de entrega o de paciencia por nuestra parte? Fue la falta de capacidad para el dolor o el sufrimiento la verdadera causa. El sufrimiento es la única forma de reestablecer ciertas resonancias psíquicas entre las personas y probablemente también entre el hombre y Dios. El sufrimiento es ineludible tal como están las cosas, para poder acceder al nivel de vida al que está llamado todo ser humano. Si no se sufre en esta vida, debe sufrirse en la otra. Es un hecho algo misterioso que los seres humanos está intercomunicados de forma tal que los efectos del dolor en unos repercuten en los otros, como las notas musicales en unos instrumentos hacen vibrar a los del mismo tono en otros. Se conocen noticias fidedignas de madres que han notado el momento exacto en que morían sus hijos. El dolor implica cierto grado de conciencia (el sufrimiento aún más). Sólo los seres que son capaces de adquirir cierto nivel de vida son capaces de sentir sufrimiento, y ese sufrimiento les hace posible desarraigarse de su propio ego totalmente, para acceder a una participación en el ser mismo de Dios. No importa cuál sea el origen (ac-cidental o planificado por parte de seres malvados), si el sufrimiento puede comportar algún bien en quien lo experimenta, Dios lo permite. Eso no significa que el hombre no tenga que luchar por minimizar el sufrimiento, ya que el amor, directamente puede conseguir lo mismo o mucho más que el sufrimiento. Nadie sabe si los animales de cierto grado pueden llegar también, a su manera, a participar del amor de Dios eternamente. El dolor del inocente es eficaz en grado sumo para conseguir el bien de aquéllos que le aman o que le amarán, y, sin duda repercutirá en bien suyo. Nos sentimos tanto más unidos a otros, cuanto más hemos compartido el dolor o el sufrimiento. Por eso, de alguna manera Dios mismo tenía que sufrir si teníamos que unirnos a Él, pero para sufrir tenía que participar de la naturaleza humana. El cristianismo es, precisamente, la religión en la que Dios se hace hombre 20 Pero, ¿quién creó a Dios? 1. No faltan quienes han visto en el dolor animal el máximo obstáculo para aceptar la existencia de Dios. No ven cómo puede armonizarse la bondad de Dios con la muerte violenta y programada de las presas en las fauces de los depredadores, y tampoco ven que haya ninguna compensación ni actual ni futura para dichas presas. El argumento falla, sin embargo, porque no tiene en cuenta la fisiología del dolor animal. Sólo determinadas clases biológicas, las que han llegado a cierto desarrollo cerebral, pueden experimentar dolor.Justo en estas clases existe todo un sistema extraordinario de mensajes de neurotransmisores, entre los que figuran los opiáceos endógenos, que se ponen en funcionamiento en el lugar y en el momento en que son necesarios. Se da la curiosísima coincidencia de que la información genética para las hormonas de estrés está yuxtapuesta a la información para las substancias opiáceas, de forma que en las situaciones de pánico y de ataque se liberan simultáneamente las hormonas de estrés (encargadas de las operaciones de huida y defensa o del comportamiento de quietud y concentración) y los opiáceos endógenos, encargados de eliminar las sensaciones dolorosas(necesarias en otros momentos). Se sabe de personas que en momentos de pánico no experimentaron ningún dolor en sus cuerpos destrozados por la metralla o las heridas en guerras y en otras situaciones. Dios pensó en el dolor animal y actúa, sin lugar a dudas, contrarrestando, allí donde haga falta, el mal incontrolable inflingido por el ser humano en los animales. No hay nada que nos impida pensar que la providencia de Dios llega a todas partes. No hay ningún dolor innecesario. Por otra parte no podemos atribuir a los animales el mismo «qualia» de dolor que al hombre. Puede ser que reaccionen de la misma manera o incluso más ruidosamente (es eficaz que sea así), pero su grado de conciencia y de sensibilidad son muy diferentes, y sus sistemas de defensa contra el dolor son enormemente eficaces. De ninguna manera pretendo justificar aquí los malos tratos a los animales. Estoy convencido de que Dios no lo quiere, como tampoco quiere que se torture ni perjudique a los seres humanos. para compartir todo el sufrimiento humano y alejar todo impedimento que se opone a la comunión entre Dios y el ser humano. La existencia de Dios es aceptable si se acepta también la creencia en una vida después de la muerte, y hay buenas razones para ello, aunque no es el tema de este libro. Este primer intento de demostrar la inexistencia de Dios no es, pues, concluyente. En algún momento se hizo popular un argumento muy antiguo que pretendía derribar definitivamente la creencia en un Dios omnipotente. Si Dios es omnipotente —decía— será capaz de crear un ser indestructible, pero entonces no tendrá poder para destruir a este ser, y siendo así ya no podrá decirse que Dios es omnipotente. Los que proponen este argumento (¡incluso en la actualidad!) consideran que la incapacidad de destruir lo indestructible es una limitación de la omnipotencia. Creen haber dado con «algo» que Dios nunca podrá hacer, con una «operación» que Dios nunca podrá realizar. Ahora bien, si analizamos esta supuesta «operación», nos daremos cuenta de que no se trata en realidad de ninguna operación, ya que las operaciones son acciones que se realizan según cierto sistema, manera o mecanismo conocido o desconocido, simple o complejo, natural o sobrenatural, pero si algo es indestructible no puede haber sistema, manera ni mecanismo posible de destruirlo. No estamos hablando, pues, de ninguna operación, sino de nada. Dios puede realizar todas las operaciones posibles. La incapacidad de hacer lo imposible no limita el poder de nadie: el de Dios, tampoco. El enemigo de cierta marca de automóviles insiste en que dichos automóviles carecen de volante «cuadrado-redondo». Sólo los incautos se dejarán engañar por tal acusación, ya que las personas sensatas saben que el no poseer volantes cuadrado-redondos no es ninguna limitación del valor de ningún automóvil. El volante «cuadrado-redondo» no puede existir, y, por tanto, en realidad no es «algo» que pueda ser deseado. La imposibilidad de realizar lo imposible no es ninguna limitación de poder.
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AUTORJADER JOSE IBARRA Archives
September 2019
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